O mércores 29 de marzo o periodista Fernando Franco participou na nosa sección “Unha película con”, do cinemAteneo. Ante unha numerosa presenza dun público entregado presentou a película Río de Sombras e configurou a súa propia película a través das lembranzas cinematográficas.
A continuación presentamos o texto completo da participación de Fernando Franco, en versión orixinal e sen subtítulos.
Queridos amigos, cuando los animosos responsables del Ateneo me propusieron ocupar una de las charlas del ciclo sobre cine les pregunté bromeando si me habían confundido con el otro Fernando Franco, el director, dada la precaria relación que yo siempre mantuve con este arte y por tanto la muy limitada cultura cinematográfica que me posee. Por lo visto no se habían confundido ya que confiaban en que hasta los menos cinéfilos podrían tener una memoria histórica de sus relaciones con el séptimo arte y a ese clavo ardiendo me acogí yo, con la osadía de probar que se puede hablar de cine incluso ante una docta concurrencia siempre que no se pretenda aparentar más de lo que uno sabe; por lo contrario, narrar con sencillez esa historia sentimental con el mismo que, como los primeros amores, cada uno guarda en su memoria.
Si hago memoria cronológica, yo nací un año después de El crepúsculo de los dioses de Billy Wilder y un año antes de El mayor espectáculo del mundo y Cantando bajo la lluvia, o sea que en medio de una gloriosa constelación de estrellas gestadas en un Hollywood tan poderoso que parecía el Olimpo de los dioses. Nací en esos años pero no lo supe hasta mucho después porque, a pesar de las grandes producciones americanas que rodearon mi infancia, la educación sentimental que recibí en las salas de cine de mi infancia fue originariamente española y por eso quizás os haya sorprendido esa música elegida para bautizar este encuentro, al galope de Joselito y Marisol. Yo quiero y reivindico a Joselito y a Marisol no hace falta porque lo ha hecho ella sola con una vida ejemplar. Aceptémoslo: cuando ya somos adultos, hay algo que se remueve por dentro cuando volvemos a ver o pensar aquellas películas que nos marcaron de niños y recordamos las salas de exhibición como el lugar de los sueños, el asombro y la magia.
Podemos decir que hoy hacemos una mirada nostálgica hacia una manera de experimentar y sentir las obras cinematográficas que se ha convertido casi en reliquia arqueológica, sustituida por el imperio de la inmediatez, la volatilidad, la producción masiva y la pérdida de esos espacios de encuentro en que teníamos una experiencia comunal, una fiesta participativa donde película y audiencia se retroalimentaban Sí, sí, en aquellos cines del Vigo de los 50 y 60 de la era franquista se diseñó con la pequeña pantalla una parte de la educación de las emociones de mi generación, se estructuró la base de nuestra personalidad, se mostró la fuerza del cine para proyectarse en el corazón de las personas con toda su riqueza comunicativa, se bocetó nuestra alfabetización emocional, nuestra visión del mundo, nuestra cólera, temor, miedos, gozos, alegrías, risas, angustias, compasiones, amores… Si yo fuera conspiracionista diría que hoy te lo ponen todo en casa para evitar la arriesgada experiencia del encuentro, en busca de una individualización castradora.
¿Dónde vi yo de niño “Viaje al centro de la tierra” allá por los albores de los 60 cuando ya tenía en casa algunas obras de Verne que había leído con devoción? No recuerdo pero aquella película que llevó al éxtasis a mi imaginación infantil, como poco antes lo hiciera Veinte mil leguas de viaje submarino. No recuerdo donde pero la gocé en uno de esos entonces mágicos espacios que iban del centro de Vigo a las periferias, del Fraga, Odeón, Radio, Rosalía Castro, Tamberlick, Ronsel, Niza… al Roxi, Disol, Maravillas, Goya… ¿Recordáis a qué llamaban el cine de estrenos? Pues al Fraga que reunía en cada uno a familias bien arregladas para la ocasión. Hay una historia de los cines de Vigo escrita por el arquitecto Martín Curty que cifra en 78 los locales de proyección en la memoria de la ciudad , aunque algunos no llegaron a construirse, y que data en 1895 la primera proyección, en el Tamberlick, aunque el primer cine estable fuera el Royalty, inaugurado en 1925.
Entonces el cine en aquella España gris y anodina era un milagro, una carta de amor, un regalo semanal maravilloso al que accedíamos por unas pesetas que nos daban nuestros padres, y al que la televisión no le dio la puntilla como muchos creyeron. Ahora la revolución digital con sus algoritmos y demás efectos narcóticos quizás lo ha dinamitado en su propia naturaleza, cosa que a mí me importa por mi edad un bledo, yo diría que un carallo pero no lo digo por respeto a lo políticamente correcto. ¡Ay, aquel cine en que los tiernos niños hijos de la burguesía urbana del centro nos aterrorizábamos ante los estrépitos que se sucedían en poleiro producidos por una especia de hordas del mal infanto-juveniles que procedían de otras tribus urbanas y periféricas! Recuerdo aquella vez en el cine Ronsel, viendo Beau Geste, que se rompió la cinta y la sala quedo a oscuras y en silencio justo cuando había una ensalada de tiros en la pantalla. Cuando se encendieron las luces generales, uno de poleiro se levantó, metió su cabeza por el agujero de proyección y gritó: ¡Oes ti, ¿pegaronche un tiro a ti tamén?
Yendo al grano, yo dividiría mi educación sentimental de infancia y adolescencia, por hablar de la etapa en que se localizan en circuitos cerebrales específicos el lenguaje, las emociones, la memoria, la planificación, la atención… en apartados que me invento a la carta como el imaginativo, el del más allá eclesial, el amoroso, el bélico… pero empezaría por Walt Disney y, más que de aquel maravilloso y mágico 101 dálmatas que vi en el cine Vigo con la sensación de que era un día de fiesta en mi vida, prefiero citar aquella entrañable historia de Bambi, que podríamos decir que fue la anticipación de una conciencia animalista en una España en que los animales no recibían más valor que los objetos. Aquel cervatillo tímido e inseguro que desde su nacimiento estuvo siempre al lado de su madre y que hubo de refugiarse de la crueldad del hombre me hizo llorar por dentro por vez primera en un patio de butacas (por fuera no nos estaba permitido a los hombres porque costumbre era del varón mostrar entereza por los embates del destino) y me permitió sospechar que la vida animal era también vida respetable. No pienso ver el otro Bambi que me dicen que se prepara ahora, reconvertido en máquina de matar quizás para lavar las ofensas mortales perpetradas por el hombre en aquella película primera. ¡Cuánto hizo Walt Disney en nuestra infancia como creador de sueños, como ilustrador de la fantasía infantil!
Pero, dicho lo de Bambi, y entrando en mis tempranas relaciones cinéfilas con Dios propias de mi tiempo, yo tengo que citar a Joselito.
Tráiler y música de Joselito
Lo vi en varias de sus películas como la inquietante Marcelino pan y vino que aumentó mi temor y amor a Dios pero fue en El pequeño Ruiseñor, allá por finales de los años 50, en que al oírlo cantar en tal estado de tránsito divinal, yo quise firmemente ser monaguillo, ayudante de los enviados de Dios con campanilla “ad honorem”. Cómo no, queridos y queridas, al verle vestido con esa especia de hábito talar cantando en aquel convento Campanas en vuelo, mientras toda una legión de religiosos, cuando los conventos estaban abarrotados de ellos , se asomaban a la ventana admirados por su voz. Me llené de amor a Dios al ver al padre abad mirando al crucifijo sobre su mesa cuando aquella celestial voz entró por la ventana de su cuarto, casi tanto como cuando en Marcelino pan y vino el brazo de Cristo se movía desde la cruz.
Sí, sí, Oh Dios mío, quise ser monaguillo de Dios y vi reforzada con Joselito la fe que me inculcaba mi abuela entonces, una monumental maragata de 90 kilos, a base de rosarios que se complementaban con los diarios de mi colegio de curas. En aquellos años yo gane cielo para rato. Pero poco después, aun en mi infancia, otra película me elevaría aún más en mi compromiso futuro con la iglesia.
Tráiler de Molokai, la isla maldita
¿Alguien vio a Javier Escribá convertido en el padre Damián en aquella terrorífica isla de Molokai donde confinaban por orden gubernativa a los leprosos de Hawai? Aquella isla con los acantilados costeros más altos del mundo, naturaleza exuberante, grandes cascadas y la playa más larga de todo Hawái además de tener los arrecifes de coral más extensos de los Estados Unidos, todo eso que la llevó a que apareciera en la película Parque Jurásico III, yo la vi en su primera versión y era apocalíptica, la antesala de la muerte pero, también, el hall de la fe. La muerte voluntaria por Dios, decía Damián o me inventé yo, es el comienzo de una nueva vida.
Pensé mientras veía al padre Damián dando bendiciones entre muertos vivientes que yo debería unirme a esa causa y hasta me conformaría con ser el campanero de Molokai, su ayudante por medio de los distintos sonidos de la campana. Pero, en el fondo, muy en el fondo, ahí pergeñé mi primera vocación, la primera que pasó por mi mente en aquel final de los años 50 o, no sé, principio de los sesenta: ser salvador de almas, misionero por la gracia de Dios. El tiempo demostró que nunca tuve tal talla emocional y salvífica pero eso se guarda en mi memoria emocional para siempre, incluso ahora que no tenemos Dios pero estamos atiborrados de diosecillos baratos.
Era la etapa de los ideales religiosos, los ideales magnificentes, la de un Dios en vez de diosecillos. Marx no había llegado a España pero teníamos a Dios
Sin embargo, sin embargo, el cine me proporcionó también las primera experiencias de otros amores menos divinales y más humanos y prosaicos.
Tráiler de Marisol
¿Quién no cantó esa canción, banda sonora de nuestra infancia? Yo fui uno de los miles de niños españoles damnificados por el amor no correspondido a Marisol. Solo me llevaba tres años cuando la vi en Un rayo de luz pero quedé prendado de ella y de sus virtudes. Algo extraño se removió en mi cuerpo que no era el amor a Dios pergeñado por Joselito y Molokai, ni era el amor a una madre… era algo inconmensurable que hacía latir mi corazón infantil de modo diferente aunque no sabía qué era. Ah, Marisol, la musa de mi infancia que nunca pudo ser desterrada del armario de mis enamoramientos porque, siendo el primero, hizo méritos a lo largo de su vida hasta hoy con su retiro y ajenidad a pompas y boatos como para que nunca se enfriara.
Dicen algunos de esos sociólogos de mesa camilla, en un análisis histórico de su figura cinematográfica, que era la encarnación de la nueva pequeñoburguesa moderna, es decir, de una estrella forjada para satisfacer las necesidades de la economía de consumo que habían alumbrado los planes de desarrollo de la década de los sesenta. Bueno, eso lo dirán ellos, que no han salido de su mesa camilla porque nunca estuvieron en el patio de butacas mirándola embelesados, admirándola al frente de sus huestes dispuesta a la guerra pero también desprendiendo amor a raudales con su abuelito.
Claro que uno va creciendo, van pasando cosas y un día, fue en una película yo creo que en el Ronsel, en que el amor se me apareció transfigurado en otra cosa.
Tráiler de Orgullo y pasión
La vi con retraso, mediados los años 60 y, aunque su tema era bélico yo la guardo en mi memoria porque fue la primera vez que, por medio del cine, experimenté en el patio de butacas una nueva sensación que no sé si era amor pero era una forma de amor. Rodada en Toledo , Ávila, Oropesa, El Escorial, Chinchón… por un lado me produjo una especie indefinida de orgullo patrio muy de la moda en ese tiempo. Sí, vale, pero, sobre todo, lo que guarda el armario de mi memoria sentimental es una sensación ruborizante al ver a Sofía Loren. Una percepción que suponía un pequeño salto del enamoramiento romántico de Marisol a una cierta identidad de género, como si una mujer por vez primera turbara mi ánimo cristiano y me hiciera percibir que yo tenía género, y no era el de ella.
Claro, entonces no habíamos llegado a la suerte de que nos avisaran de que uno no pertenece a uno u otro sexo sino al que elija en vida, ni imaginábamos que podría haber transgéneros, intersexuales, fluidos, queers, bigéneros y toda una panoplia sexual electiva. Entonces todo era más simple, más fácil, más binario. Pero yo, al ver a Sofía guerrillera, empoderada como la hermosa Juana, empecé a percibir algo inconfesable aunque en aquel tiempo, paradójicamente, de obligada confesión. Aquel beso con Cary Grant, que el actor tan poco valor seguro que le daría, me pareció por vez primera no sé si envidiable pero turbador, el anuncio de una agitación interior hasta entonces absolutamente inconsciente.
Todos esos sentimientos estaban ayudados por el estelar reparto de esa película de Stanley Kramer en la que se alineaban Cary Grant, Sinatra, nuestro Carlos Larrañaga… Esos y Sofía Loren, la primera mujer que turbó mi inocencia. ¿Cómo voy a olvidar esa historia de amor con el cine?
Deriva belicista
Ya referido el cine que alimentó nuestra imaginación, el que desarrolló nuestra militancia eclesial, el que dio alas a nuestro primer amor ¿Qué podría decir de la deriva belicista que nutrió mi infanto-adolescencia? Puedo recordar que Orgullo y pasión, aparte de a turbación amorosa, alimentó también el ánimo de apropiación patriótica. y hasta sabe Dios si lo que me llevó muchos años después por derroteros extremos de alistamiento durante el servicio militar se engendró en películas como esta. No cuento qué para no herir ningún ánimo pacifista y para no perder amigos de esos muy sensibles.
Cómo sufrí desde la butaca, queridos amigos, con aquella guerra de guerrillas en la lucha española contra los franceses, con aquel grupo de guerrilleros españoles que se encarga de llevar un enorme cañón junto con sus aliados británicos para hacer caer Ávila, por entonces cuartel general de los galos tras la invasión de España. Al final de la película, después de la lista del reparto, se agradece su labor a los extras españoles, que actuaron en la película por miles; uno de ellos era Adolfo Suárez, que no sabía entonces que sería Presidente del Gobierno de España pero ya practicaba como guerrillero.
Sí, vale, de acuerdo pero si hablo de mi formación bélica tengo que citar dos películas españolas de rompe y rasga, Una es El santuario no se rinde, uno de los muchos cantos triunfalistas que circularon en la posguerra española, un loa descarada al franquismo imperante con deprecio de los revoltosos descamisados. Y otra película: A mí la legión, una cinta de exaltación militar ambientada en el Norte de África y en la Legión, que proclama un modelo de soldado de la época en España y de los así llamados valores castrenses. Con esa formación emocional, se puede imaginar qué fue e nosotros de mayores, o qué podría haber sido. Sin embargo, tengo que reconocer que en el cine americano está el eje de mi memoria bélica con películas con una trilogía que empieza por,
Tráiler de El puente sobre el río Kwai
Me pasé media infancia silbando su banda sonora, la Marcha del Coronel Bogey, una melodía militar británica Compuesta en 1914 y que durante la Segunda Guerra Mundial fue muy popular, llegando a vender un millón de partituras. Una canción que las tropas inglesas versionaron, añadiendo estrofas con la letra de ‘Hitler solo tiene un huevo‘, tonadilla inglesa que se burlaba de los líderes nazis. Cuando la silbaba, me sentía un héroe que no agachaba la cabeza ni como prisionero de los malos. Ah, pero ¿quiénes eran los malos? Pues los otros, comenzaba a través del cine la la activación del miedo con la construcción del “otro” como enemigo y, por tanto, como amenaza. El otro, el extranjero, el que no es como yo . Ya imagináis la transcendencia de esta educación de los sentidos para el orden estructural y defensivo de un país.
Dicho esto ¿podréis imaginar que otra película fue para mí inolvidable?
Tráiler de El día más largo
Esa canción de José Guardiola fue otra de las canciones de mi infancia que me sabía de memoria y tanto cantaba que un día mi madre me ordenó: ¡Fernandito, cambia ese rollo ya! . La vi en el cine Vigo, un cine en cuya flamante inauguración en 1961 creo recordar que estuve de niño con la película Tu a Boston y yo a California, admirado por esa entonces espléndida sala que suponía un salto adelante del resto de las viguesas. En esa sala o quizás en el cine Fraga me inflamé años más tarde pero en esa década de los 60 de ánimo bélico con El día más largo, minucioso relato del histórico desembarco de las tropas aliadas en el 6 de junio de 1944 en las playas de Normandía. ¡ Vaya reparto, en el que estaban desde Sean Connery a Richard Burton pasando por Paul Anka, Mel Ferrer, Henry Fonda…
¿Y cuál fue la tercera película de la que guardo en mi memoria guerrera, de ánimo bélico y de la que es inevitable hablar porque represento con ella a ese género del salvaje Oeste que hemos consumido a espuertas entre paisajes áridos y arena que se fusiona con la pólvora?
Tráiler de El Álamo
Otra banda sonora que canté hasta la saciedad con David Crocket, uno de mis ídolos de aquel tiempo! ¡Eran 189 defensores y supieron luchar como 25.000! ¿Cómo no iba a admirarlos? El Far West fue un motor principal de emociones indescriptibles, entre colonos blancos y rubicundos que sufrían salvajes ataques de feroces pieles rojas. Tendría que citar Solo ante el peligro, El buemo, el feo y el malo, El dorado…
Sin embargo, no puedo despedir este relato sin hablar de dos películas que me tocaron en la adolescencia con un mensaje que yo diría de transformación social. Una es Bienvenido Mr. Marshal, de Berlanga. Inolvidable el papel de Pepe Isbert cuando da un discurso desde el balcón del Ayuntamiento. “Como alcalde vuestro que soy, os debo una explicación, y esa explicación que os debo, os la voy a pagar; porque yo, como alcalde vuestro que soy, os aseguro que para pagar esto ni un céntimo ha salido de las arcas públicas, porque en las arcas jamás ha habido un céntimo”.
La otra es del mismo director y es El Verdugo, que me conmocionó e hizo pensar que algo pasaba que no era bueno pero no sabía qué. .
Luego, qué os voy a contar. Pasé la veintena, llegó el Arte y Ensayo con todas esas películas psicológicas que entraban en los adentros del ser humano, inmensos coñazos la mayoría. Recuerdo por ejemplo El desencanto, sobre la familia Panero, de la que precisamente voy a presentar una biografía este mismo sábado, concretamente del maldito Leopolodo María. Recuerdo también ésta otra:
Tráiler de Secretos de un matrimonio
Bergman nos complicó la vida y con esta peli nos contó la historia retrata el matrimonio de Marianne y Johan quienes, después de varios problemas, finalizan su relación divorciándose pero manteniendo la relación. Menos mal que ya estaba por vez primera casado porque sino hubiera retrasado la decisión. Claro, aún no había divorcio en España cuando se proyectó esa película, que ahora, en que hay más divorcios que matrimonios, veríamos con otros ojos.
Luego vinieron muchas cosas más pero no son de la incumbencia de lo que hoy he pretendido, que fue que vosotros pasarais un rato distendido con nuestra memoria.